jueves, 25 de junio de 2009

Somos Egoistas



La observación del ensayista norteamericano Emerson, según la cual la claridad es la condición indispensable de la profundidad, como en un lago muy profundo en el cual sólo se ve el fondo cuando el agua está cristalina, cobra especial vigencia en la obra de Dawkins. Así ha ocurrido desde que publicó El gen egoísta en 1976, una obra a la vez inspiradora e indignante que no tiene reparos en decirnos lo que no queremos escuchar. Sostiene, por ejemplo, que las unidades más importantes sobre las cuales trabaja la selección natural son los genes. A pesar de que los organismos individuales nacen y mueren, los genes pasan de generación en generación manifestándose en sus "huéspedes" de diferentes maneras; bien sea construyendo piernas largas, una mano con cinco dedos o la propensión a desarrollar comportamientos. Para seguir su camino, estas pequeñas unidades deben valerse de un cuerpo que las replique: un mono es una máquina de preservar genes en las copas de los árboles, un pez los preserva en el agua, un virus es una máquina ingeniosa que usa otros cuerpos. Nosotros no somos la excepción. Ahora bien, a nivel del gen "(...) el altruismo tiene que ser malo, y el egoísmo, bueno. Sobreviven los organismos con genes que los impulsan a buscar su propio beneficio por encima del de los demás". Hasta acá, pura genética. Aún nadie ofendido. Dawkins, sin embargo, puso el dedo en la llaga cuando en la misma obra aplicó esta teoría a lo que los humanos tenemos por los más altos valores. ¿Qué hay de los comportamientos puramente altruistas, como el amor maternal? Adecuadamente comprendidos, no son más que comportamientos egoístas. La madre cuida a sus crías porque cuida a los que tienen los mismos genes que ella; cuida su inversión genética. El mundo de las ciencias sociales de finales de los años setenta, aún amante de los ideales humanos de grandeza, hirvió de indignación ante la idea de que somos egoístas.

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