viernes, 19 de junio de 2009

Islam (III) - Anexiones posteriores.


Por si no bastase la enorme desconfianza que despierta la supuesta obra de Mahoma, cuyo libro se encuentra plagado no sólo de apelaciones a la hostilidad contra el vecino sino de maldiciones y de amenazas, hay que añadir que también existe el Hadit o Sunna del Profeta, que es una recopilación aún más tardía, siglos IX al XI, de los supuestos preceptos y acciones de Mahoma no incluidos en el Corán y que los recopiladores, a su modo, quisieron poner como ejemplo de aquello que debe hacerse en cada momento de la existencia humana.

El Hadit, aunque represente algo así como la segunda parte de “Cómo esclavizar a un pueblo”, no es algo que deba tomarse a broma ni mucho menos, pues junto con el Corán compone lo que se conoce como Sharia o ley islámica, que en determinados países musulmanes se aplica con todo rigor. Y donde no se aplica en su totalidad, se mantiene latente como una ley referencial a la que a menudo apelan los ulemas, que son esos doctores o sabios entendidos en teología coránica, dispuestos siempre a intervenir para que la sociedad musulmana en su conjunto o Umma regenere ciertas costumbres que, según ellos, se van degradando, como por ejemplo el abandono del uso obligado del velo en la mujer, por citar sólo una cuestión menor de cierta actualidad en Europa.

Como también se dijo, Mahoma falleció en el año 632 sin llegar a ver reflejada su doctrina en un libro. Algo inconcebible. Sobre el 650 se estableció el Corán (palabra irreemplazable de Dios, no lo olvidemos) mediante el método sui géneris que también se ha explicado. Y entre los siglos IX y XI se reunió una colección de relatos que nos hablan de las andanzas, preceptos y acciones cotidianas de Mahoma y que establece códigos de conducta social y comercial.

Es decir, quienes vivieron 300 o 400 años más tarde que el Profeta no dudaron en escribir o recopilar anécdotas trasmitidas oralmente para que sirviesen de ejemplo a los creyentes del futuro y les obligase a su cumplimiento estricto. Ejemplos que, junto al Corán —repitámoslo—, diesen solidez a una ley inmutable o ley islámica.

Sólo el hecho de que transcurriera tanto tiempo entre el fallecimiento de quien inspiró la doctrina islámica y la plasmación de ésta para la posteridad, despierta más de un interrogante acerca de su validez. Pero si además se destaca que el Hadit lo que realmente refleja son tradiciones, a veces anteislámicas, de las ciudades de Damasco, Kufa o Medina, muchas de ellas vagamente relacionadas con la idea de Sunna profética, cuando no contradictorias, nos encontramos con que la citada ley islámica, tan referencial para el musulmán de hoy, se haya doblemente corrompida: Por un Corán frecuentemente alejado de los preceptos bondadosos de Mahoma y por un Hadit elaborado a partir de costumbres localistas y arcaicas.

La pregunta de este capítulo sería: ¿Cómo es posible que durante tantos siglos no haya surgido una fuerte tendencia dentro del islam que delibere sobre las aberraciones con las que se castiga a más de 1.200 millones de seres humanos?

Si anteriormente vimos que el Corán es un documento parcialmente adulterado e igualmente se comentó otro tanto sobre el Hadit o tradición del Profeta, quizá el siguiente paso sea analizar las características de las diversas corrientes musulmanas y tratar de averiguar qué les impulsa a mantener involutiva una religión tan antinatural en sus postulados y en su praxis.

Para ello, primero convendría aclarar que el islam es ante todo un método de lucha secular para escoger, de entre las diversas facciones, a quien deberá ser reconocido como Califa (sucesor) o como Imán (jefe espiritual y político), según de qué época hablemos. Y esa lucha, donde unos han buscado la legitimidad que da la sangre de Mahoma en sus descendientes y otros la han negado y apelado a determinados méritos del candidato, no ha hecho más que robustecer el fanatismo de las partes en litigio.

Sería algo parecido —quizá así se entienda un poco mejor— a lo que sucede en el ámbito de la política en algunas regiones españolas, por ejemplo Cataluña: Cuando una formación nacionalista (estoy pensando en CiU) se declara como tal y se irroga subliminalmente la representación del conjunto de la sociedad y la legitimidad exclusiva para ejercer el Gobierno, surgen segundas o terceras formaciones (ERC, PSC) que afirman que su catalanismo o nacionalismo, más o menos declarado, es realmente el auténtico.

Lo hacen de tal modo porque han visto que a los de CiU les ha ido bien durante un largo período, aunque le añaden matices que, según ellos, todavía refuerzan más su catalanidad para representar a la mayoría, como es ser de izquierdas o republicanos, que en el caso de ERC equivale a remarcar su antiespañolismo. Es decir, todos afirman ser más catalán (nacionalista) que el contrario. Incluso el PP, en Cataluña es PPC y se proclama partidario del catalanismo, posición ideológica que aun en su grado más moderado encierra un fuerte antagonismo con las ideas liberales que en otros territorios la misma formación defiende con algún interés.

En el fondo, lo único que desean unos y otros es alcanzar el poder mediante la muletilla de “yo soy más que tú y poseo más méritos”, cuestión que determina que la sociedad se radicalice. Lo que ocurre es que esa radicalidad, sea catalana o islámica, no deja espacio para que el pueblo respire espontáneamente y comprenda que es el único poseedor del libre albedrío, sentimiento éste poco extendido tanto en el islamismo como en el nacionalismo, dos ideologías que mediante la educación o la propaganda (más acentuada en el nacionalismo) imponen patrones cerrados de conducta donde sólo es valioso lo que ellos definen como tal.

En Cataluña, si nos dejamos guiar por los resultados electorales, sólo un 10-15% se considera no nacionalista, y quienes sí lo son, el 85-90% restante, se enorgullecen torpemente de que su ideología alcance tan abultada cifra. No reparan en que viven en una atmósfera enrarecida y que por higiene intelectual la sociedad debería abrir las ventanas para que entrase aire fresco. En el mundo islámico sucede algo similar o aún peor, cualquiera es mejor musulmán que el de enfrente, puesto que el islam llevan mucho más tiempo con las ventanas cerradas y con las madrazas adoctrinando, en el peor de los sentidos.

Tras apuntar que el islamismo es un sistema para acceder al poder y controlarlo, de ahí que, salvo muy parcialmente en Turquía, no exista separación entre los estamentos civil y religioso, veamos quienes forman el actual islam. Hoy pueden advertirse dos ramas principales, más una secta importante y numerosas sectas menores:

1. Sunnitas, seguidores de la Sunna o tradición del Profeta. Se valen del Corán y del Hadit e inicialmente procedían de las familias árabes aristócratas. Los sunnitas afirman el disparate de que el Corán no ha sido creado, sino transmitido a través de Mahoma, y por tanto es intemporal y eterno, pues se encuentra en la naturaleza mucho antes que el hombre. Forman la mayoría de la Umma o comunidad de creyentes y cuentan con la gran ventaja que les otorga el hecho de controlar las ciudades santas de Medina y La Meca, destino, ésta última, de la aberrante peregrinación obligatoria donde el fanatismo exacerbado provoca a menudo centenares de muertos.

Recordemos, a este respecto, que Mahoma se enfrentó a sus parientes, guardianes del templo de la Kaaba, cuando no quisieron aceptar que dicho templo dejase de ser un almacén de toda suerte de ídolos. El argumento que aportaron los guardianes en contra del Profeta, y que determinó su expulsión de La Meca, es que la fe en aquellos dioses que custodiaban, uno de los cuales se denominaba Alá, atraía infinidad de peregrinos que enriquecían a la ciudad. Y especialmente a ellos mismos, todo hay que decirlo.

Mahoma vio claro, una vez más, que no podía extender su doctrina sin que en su ciudad natal se le aceptase, de modo que decidió actuar a lo grande y declaró obligatoria la peregrinación al templo de la Kaaba, uno de los cinco pilares del islam, eso sí, a condición de que en su interior no quedase ni uno solo de los ídolos. Es más, para alentar a sus parientes a que secundaran las propuestas, Mahoma determinó todo un ritual que obligaba (y obliga) a los peregrinos a permanecer en La Meca o sus alrededores durante varios días, en los que incluso debían realizar cierto gasto en carne para sacrificio, vestuario adecuado, etc. En ese punto, y luego de unos cuantos asaltos a las caravanas mequenses, la ciudad de La Meca secundó a Mahoma como un solo hombre.

2. Chiítas, el término procede de shiat Ali: “Los partidarios de Alí”. Disponen también de su propio libro recopilatorio de los hechos del Profeta, en este caso denominado Ajbar (el libro), pero a efectos religiosos sólo usan el Corán, que también definen como eterno, al que paradójicamente le han añadido un sura complementario que glorifica a Alí y lo convierte en el único sucesor legítimo de Mahoma. Los chiítas consideran que el Hadit sunnita no es aceptable para complementar al Corán, sino que en los puntos dudosos del libro sagrado es imprescindible la opinión del imán o guía espiritual, cuyo cargo sólo puede ejercerlo en cada momento el mejor de los musulmanes descendiente de Alí. De ahí la gran importancia de los imanes en Irán, por ejemplo.

Los chiítas o aliítas, como también se les podría denominar, en sus orígenes procedían del pueblo llano o de elementos no árabes de territorios conquistados, no olvidemos que Alí trasladó la capital del Imperio a Kufa (Iraq). Hoy son una minoría muy significativa que comprende todo Irán, buena parte de Iraq, Azerbaiyán y un tercio de Afganistán. Representan alrededor de un 10% de los musulmanes. Los chiítas, como a efectos de descendencia sólo reconocen la rama de Alí, primo y yerno del Profeta, se mantienen pendientes de que algún día reaparezca lo que ellos llaman el imán oculto, que será una especie de Mesías infalible, de reconocida virtud y piedad absoluta, que reiniciará esa dinastía del Profeta que nunca debió perderse.

3. Jariyíes, significa “los que se van o abandonan” y hace referencia a su separación de la facción alida, puesto que inicialmente secundaron a Alí como fundador de un nuevo califato. Hoy en día es una secta que se diferencia de las dos ramas principales al proponer que cualquiera, incluso un esclavo, pueda llegar a convertirse en califa legítimo, siempre que éste sea elegido con total libertad por la comunidad musulmana.

Dicho así, da la impresión de que los jariyíes sean un grupo extrañamente democrático dentro del islam, pero si consideramos que son en extremo puritanos e idealistas y aplican la literalidad del Corán, el jariyismo no es más que una secta ultra ortodoxa, extendida por el norte de África y Omán, que cuenta con unos 500 mil partidarios y que ha influido notablemente en el más dañino de los movimientos musulmanes: el wahhabismo saudita, mano negra de la inmensa mayoría de los atentados terroristas.

Sería interesante aclarar que los wahhabíes, cuyo nombre procede de Muhammad ibn Abd al-Wahhab, reformador fundamentalista del siglo XVIII, controlan hoy el poder en Arabia Saudita y allí constituyen la religión oficial, caracterizada por la aplicación estricta de la Sharia o ley islámica y el rechazo a toda innovación.

Las preguntas que concluyen esta serie serían: ¿No se equivocó el presidente Bush al elegir Iraq como destino de su segunda réplica al 11-S? ¿No hubiese obrado con más acierto atacando directamente el corazón del wahhabismo, cáncer del islam y de la libertad entre los seres humanos? ¿No se está confundiendo gravemente el actual presidente norteamericano, que rinde pleitesía al déspota saudita y trata ingenuamente de contemporizar con una ideología perversa y belicosa que ha mostrado innumerables veces su incapacidad para contentarse y coexistir con sus semejantes?


1 comentario:

  1. HOla Enrique, gracias por tu comentario!!

    la verdad es que ha sido muy curioso volver a leer cosas de aquella época,jeje y yo no creo que hayas empeorado, solamente hemos cambiado y evolucionado, ahora tenemos un blog!!!! y lo contamos en él (casi todo claro)
    feliz finde!!

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